Del Tourmalet a la eternidad



El Tourmalet puede convertirse en una cascada de desfallecimientos. Se puede ganar el Tour, pero también perderlo en esas rampas, en esos 18,6 kilómetros que se afrontarán por la vertiente de Luz Saint Sauveur, por donde descendió la etapa del martes. Eso lo saben muy bien Alberto Contador y Andy Schleck. También Samuel Sánchez y Denis Menchov. De hecho no hay nadie en el maltrecho pelotón del Tour que no conozca el desafío al que se va a enfrentar.

Hay ciclistas que hacen dos carreras. Una por la noche, mientras duermen y su subconsciente trabaja y les pasa la película de lo que va a suceder al día siguiente, y otra por la mañana, la real, en la que los padecimientos no los tienen en su mente, sino en su cuerpo.

A tres días de París, con una larga contrarreloj en Burdeos el sábado, el Tour continúa buscando alicientes como ya hizo con la llegada al Mont-Ventoux el año pasado. Después de 3.115 kilómetros recorridos a una media de 39,694 por hora, en un ciclismo en el que los escaladores puros son una especie en extinción, el Tourmalet puede convertirse en una escalera hacia el cielo en la que los ciclistas vayan en diferentes vagones. El primero, salvo que se produzca una escapada -algo complicado puesto que Contador y Schleck, y sus equipos, quieren ganar en su cima - tendrá a los dos primeros de la general como dominadores. En el segundo estarán Samuel Sánchez, Menchov y Van den Broeck y en el tercero, Gesink, Leipheimer, Rodríguez, Kreuziger y, a lo mejor, Sastre.

No va a ser fácil para nadie esta etapa de 174 kilómetros en la que se van a enfrentar los dos mejores escaladores que hay en el Tour. Para Contador y Andy Schleck será un viaje a la eternidad, la entrada en el paraíso de los elegidos. La gloria puede esperar a Contador, pero no a Andy Schleck. Es su día, su momento. Ahora o nunca. En el día de descanso, los 'vampiros' fueron a sacar sangre a Contador las ocho de la mañana. En cuanto acabó se volvió a su habitación para dormir hasta las 10.30. No salió a entrenar hasta las 12.15 para evitar la comida y hacer un horario lo más parecido posible al que sigue en carrera. El de Pinto cree que «tal y como marchan las cosas la etapa promete ser reñida. Andy Schleck y yo hemos estado muy igualados. El Tourmalet es un puerto con mucha historia, pero lo importante, lo que yo busco es ganar en París. Ése es el objetivo final». Le seguirá quedando la última ocasión en la contrarreloj , pero «si puedo dejar el Tour decidido en él Tourmalet, mejor», dice el madrileño. «Ya el año pasado tuvimos una etapa parecida a esta, con final en el Mont-Ventoux. Lo importante, como ahora, era París, no el triunfo. Entonces nos salió bien».

Mientras repasamos la historia del Tourmalet, sus ganadores, los que nacieron para el ciclismo en su rampas, los que se hundieron en esa larga travesía de la nada hasta el infinito, los que confirmaron que el futuro iba a ser suyo, pensamos en la corte celestial que que desfiló por sus entrañas. Hablamos de Robic, Coppi, Bartali, Anquetil, Ocaña... Christian Laborde, cantante de esta zona de los Pirineos, asegura que «cel ciclismo es el Tour y el Tour es el Tourmalet». Sólo una vez ha sido final de etapa, en 1974, con victoria de Jean-Pierre Danguillaume. Ganó en el Tourmalet y al día siguiente en Pau.

Hay muchas razones para pensar que Contador y Andy Schleck, dos nombres que dentro de poco van a parecer uno solo, se enfrentan a la eternidad, a la historia, a unas imágenes que quedarán para la posteridad, a lo que se añade la victoria final en la carrera. Los ocho segundos que tiene de ventaja el líder no garantizan un amarillo definitivo en París, es cierto. Son una pequeña ventaja de cara a la contrarreloj. Andy Schleck ya no puede amagar. Esos instantes se han perdido en los Alpes y en lo que llevamos de Pirineos. Sólo le vale atacar, una y otra vez, hasta llegar a un punto en el que Contador ceda.

Es fácil decirlo, escribirlo, pero no llevarlo a cabo porque quien ataca siempre corre riesgos: no conoce la respuesta de quien lleva a su lado. La impresión general es que nos enfrentamos a una etapa, salvo en casos muy contados, de aguantar más de que de moverse.

No queda mucha fuerza en un grupo que camina a impulsos. Por lo que se ha visto hasta el momento no parece que Andy Schleck se vaya a conformar con lo que ya tiene ganado. El Tourmalet impone tanto respeto que todo puede pasar. No hay un largo descenso hacia un punto concreto. Harán frente a una larga subida para darse la mano con Dios.